La tuya era de un verde tristón, casi oxidado. Sobre aquel armatoste de huesos de metal yo te veía perderte hacia el trabajo con las primeras luces.
La mía era de un rojo vivo alegre (los Reyes la trajeron un buen año de pagas). Me dejé las rodillas, tú la voz, intentando aprender la imposible lección del equilibrio.
Sueño que es tarde y llega tu hora de volver, que se acerca, cansada, la bicicleta verde, y que estoy esperando, ansioso por contar que ya he logrado conducir la mía.
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